La infancia temprana desde mi experiencia como psicóloga infantil en Zaragoza
Con infancia temprana nos referimos al periodo que evolutivamente comprende entre el nacimiento y los seis años aproximadamente.
Es la etapa más sensible del desarrollo y la de mayores repercusiones psíquicas y emocionales futuras. De ahí la importancia de darle una especial atención a lo que ocurra en esta época sin pensar únicamente en que son cosas pasajeras que se resolverán naturalmente.
Lo diferencial de la comunicación con los bebés es, obviamente, que se trata de una comunicación sin lenguaje, al menos sin la lengua hablada que es con la que nos manejamos cotidianamente. Pero eso no significa que los bebés no se expresen, ellos se comunican por otros medios: el llanto, la mirada, los movimientos corporales, las somatizaciones físicas… Por eso hay bebés que no comen, que se niegan a aceptar nuevos alimentos, extremadamente sensibles a los cambios sensoriales (ruidos, tejidos, texturas…), que duermen mal, pasan mucho tiempo irritados o enferman mucho.
Los motivos que empujan al bebé o al niño pequeño a estas expresiones son variados: pueden presentarse problemas o interrupciones del desarrollo por complicaciones derivadas de la angustia de separación de sus progenitores o cuidadores principales, por dificultades vinculares (conflictos que no se han resuelto bien) o por un desarrollo disarmónico de la relación de apego con sus referentes.

Es la etapa más sensible del desarrollo y la de mayores repercusiones psíquicas y emocionales futuras.

La evolución de estos signos puede conllevar problemas somáticos derivados de la falta de sueño o de una alimentación completa, dificultades en el control de esfínteres o en el desarrollo psicomotor, así como en el desarrollo del lenguaje.
También es ésta una etapa importante en el desarrollo social, por fuera del contexto familiar.
El bebé, a medida que va creciendo, va saliendo de la burbuja en la que se ha desarrollado y en su encuentro con los demás se pueden observar interrupciones, inhibiciones o malestares en su contacto social. Los más llamativos son los llamados trastornos del espectro autista, en los que el retraimiento es la principal expresión, pero se puedan dar diferentes manifestaciones en este mismo sentido; no soportar la diferencia pegando repetidamente, no tolerar los límites o no traspasar suficientemente la evolutiva fase de las rabietas, por ejemplo.
De cualquiera de estas manifestaciones, aunque tenga que ser atendida, tenemos que tomar su importancia “con pinzas” y valorar la edad del niño en cada manifestación.
Las pesadillas y los terrores nocturnos, por ejemplo, son fenómenos evolutivos por los que pasan todos los niños, pero pueden conducir a un estado mental confuso en el que además se una el cansancio y quizá el temor a volver a pasar por una situación muy temida cuando tenga que ir a la cama. Un exceso de actividad, por ejemplo, puede ser sencillamente, la expresión de una inquietud curiosa que busca el movimiento pero también puede significar una falta de respuesta a sus propios malestares para los que el niño no encuentra solución y se inquieta.
Cualquiera de estos signos habrá que tomarlos en su contexto y saber en qué modo están afectando al niño o a su contexto de convivencia.
El abordaje de las dificultades de un niño pequeño incluye, necesariamente, a sus progenitores o cuidadores principales. Un repaso singular y atento a los acontecimientos que hayan sucedido entre los miembros de ese conjunto y a cada uno de ellos en particular nos facilitará una posible comprensión de lo que esté sucediendo para poder poner solución con rapidez a través de mis servicios como psicólogca infantil en Zaragoza.

El abordaje de las dificultades de un niño pequeño incluye, necesariamente, a sus progenitores o cuidadores principales.